martes, 25 de septiembre de 2007

Fausto y el Betis

Cuenta la leyenda que Fausto era un caballero que vivía sus días en la más absolutas de las miserias. Tras épocas en las que su fama había traspasado fronteras y era conocido en medio mundo, su fama y el respeto conseguido por su valor en el combate y en la lucha se convirtieron del día a la noche en menos que polvo. Tan harto andaba Fausto de encontrarse en esta situación que buscaba remedio en los magos y hechizeros que iba encontrando en su camino siendo el resultado, en la mayoría de los casos, siempre fallido.

Cierto día llegó al pueblo donde se encontraba Fausto un anciano de aspecto un tanto extravagante. El anciano, viendo la situación en la se encontraba Fausto, se le acercó y casi le susurró al oído: -"Gran Caballero. Soy de muy lejos, pero hasta mi ciudad han llegado ecos de tus hazañas. Sólo hace falta mirarte a los ojos para ver que esa época de grandes triunfos han pasado para tí. Ahora, escucha. Yo quizás pueda ayudarte". Entonces Fausto respondió: -"Como has dicho, fui en otro tiempo un triunfador. También tengo que decirte que tras de mí tengo una Fiel Infantería que me sigue allá donde vaya. Ellos me ayudaron a conseguir mis más rotundos éxitos y me acompañaron y consolaron en mis más inesperados fracasos. Pero ahora ellos no pueden hacer nada. Solo alguien con un gran poder podrá salvarme. Pero, ¡ahi!, aquel que me ayude en estos malos momentos se vera mil veces recompensado por mí, y otras mil por mi fiel infantería". El anciano, al oir estas últimas palabras, se le encendieron los ojos como dos chispas en una hoguera. Y le dijo: -"Fausto, te ayudaré. Te daré todo lo que me pidas. Riqueza. Éxitos. Fama. Respeto ante los más grandes. Pero a cambio solo te pediré una cosa." -"Dime, lo que quieras. Yo y los míos responderemos." -"Quiero, ¡tu Alma!". -"¿Mi alma?. De acuerdo, ¿para que quiero yo un alma?. Acepto."

A partir de ese momento Fausto volvió a ser el que era. Incluso más. Llegó a rodearse de los más grandes Caballeros. E incluso algunos llegaron a temerle. Conquistó las cotas que hacía años que no conquistaba, llegó a saborear triunfos que le eran totalmente desconocidos. Él y su Fiel Infantería parecía que tocaban el cielo con las manos. Pero en la sombra, el viejo anciano movía a su antojo los hilos del destino. Se dió cuenta que el alma de Fausto que hoy tenía entre las manos valía más de lo que pensaba. Era muy valiosa; y era suya. Todo parecía que iba por buen camino para todos. Pero el viejo anciano no contó con algo que hasta entonces había menospreciado.

La Fiel Infantería, que también disfrutó de las mieles ofrecida por el viejo, empezó a darse cuenta que el verdadero poder no salía de Fausto, su amado señor. El anciano ante el alboroto que se empezó a organizar en la Fiel Infantería, les hizo una velada amenaza: -"Amais a Fausto, y os respeto. Tengo su alma y con ella haré lo que me plazca. Os advierto, id contra mí e ireis contra Fausto." La amenaza tristemente no se quedó en palabras y el viejo anciano, hasta entonces escondido en las sombras, empezó a cobrarse su particular venganza.

Fausto desde ese momento empezó a deambular por los campos y los pueblos. Parecía un muerto viviente, no tenía mirada a pesar de tener ojos. Su Fiel Infantería lo seguía, pero le servía lo mismo que una muleta a un cojo, para apoyarse. No había posibilidad de levantarse. Fausto no tenía alma. Sin alma no hay posibilidad de avanzar, de crecer, de seguir adelante. Y su alma la tenía a buen recaudo el viejo anciano.

Si hoy veis por las calles a Fausto, medio en pie, miradle a los ojos sin mirada y gritadle bien alto: - "¡Fausto!, has perdido tu alma, tu ser. Pero mira hacia atrás. Tu Fiel Infantería tiene algo que no podrá quitarte ese viejo anciano: ¡Tu Corazón!."

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